Inteligencia Emocional
Trabajo Practico: Inteligencia Emocional
Introducción
Utilizamos
el termino emociones para referirnos a un sentimiento y sus pensamientos
característicos a estados psicológicos y biológicos y a una variedad de
tendencias a activar, a mover, una tendencia a actuar. Existen variedades y
matices. Prosiguen a las discusiones sobre cuáles son las emociones primarias,
el azul, el rojo o el amarillo de los sentimiento a partir de los cuales surgen
otras.
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL COMO UNA HABILIDAD ESENCIAL EN LA
ESCUELA
Pablo Fernández-Berrocal y
Natalio Extremera Pacheco
Universidad de Málaga,
España
Nuestra sociedad ha valorado de forma pertinaz durante
los últimos siglos un ideal muy concreto del ser humano: la persona
inteligente. En la escuela tradicional, se consideraba que un niño era
inteligente cuando dominaba las lenguas clásicas, el latín o el griego, y las
matemáticas, el álgebra o la geometría. Más recientemente, se ha identificado
al niño inteligente con el que obtiene una puntuación elevada en los tests de
inteligencia. El cociente intelectual (CI) se ha convertido en el referente de
este ideal y este argumento se sustenta en la relación positiva que existe
entre el CI de los alumnos y su rendimiento académico: los alumnos que más
puntuación obtienen en los tests de CI suelen conseguir las mejores
calificaciones en la escuela.
En el siglo XXI esta visión ha entrado en crisis por dos
razones. Primera, la inteligencia académica no es suficiente para alcanzar el
éxito profesional. Los abogados que ganan más casos, los médicos más
prestigiosos y visitados, los profesores más brillantes, los empresarios con
más éxito, los gestores que obtienen los mejores resultados no son
necesariamente los más inteligentes de su promoción.
No son aquellos adolescentes que siempre levantaban
primero la mano en la escuela cuando preguntaba el profesor o resaltaban por
sus magníficas notas académicas en el instituto. No son aquellos adolescentes
que se quedaban solos en el recreo mientras los demás jugaban al fútbol o
simplemente charlaban. Son los que supieron conocer sus emociones y cómo
gobernarlas de forma apropiada para que colaboraran con su inteligencia. Son
los que cultivaron las relaciones humanas y los que conocieron los mecanismos
que motivan y mueven a las personas. Son los que se interesaron más por las
personas que por las cosas y que entendieron que la mayor riqueza que poseemos
es el capital humano.
Segunda, la inteligencia no garantiza el éxito en nuestra
vida cotidiana. La inteligencia no facilita la felicidad ni con nuestra pareja,
ni con nuestros hijos, ni que tengamos más y mejores amigos. El CI de las
personas no contribuye a nuestro equilibrio emocional ni a nuestra salud
mental. Son otras habilidades emocionales y sociales las responsables de
nuestra estabilidad emocional y mental, así como de nuestro ajuste social y
relacional.
En este contexto es en el que la sociedad se ha hecho la
pregunta: ¿por qué son tan importantes las emociones en la vida cotidiana? La
respuesta no es fácil, pero ha permitido que estemos abiertos a otros ideales y
modelos de persona. En este momento de crisis ya no vale el ideal exclusivo de
la persona inteligente y es cuando surge el concepto de inteligencia emocional
(IE) como una alternativa a la visión clásica.
En la literatura científica existen dos grandes modelos
de IE: los modelos mixtos y el modelo de habilidad. Los modelos mixtos combinan
dimensiones de personalidad como el optimismo y la capacidad de automotivación
con habilidades emocionales (Goleman y Bar-On). En nuestro país, el que ha
tenido más difusión en los contextos educativos ha sido el modelo mixto de
inteligencia emocional de Daniel Goleman. Fenómeno que tiene que ver más con
las razones del marketing y la publicidad, que con la lógica de la
argumentación científica.
El propósito de este artículo es ilustrar el modelo de
habilidad de John Mayer y Peter Salovey, menos conocido en nuestro entorno,
pero con un gran apoyo empírico en las revistas especializadas. De hecho,
Goleman tomó el concepto de IE de un artículo de Mayer y Salovey del año 1990,
aunque en su famoso libro le da un enfoque bastante diferente. El modelo de
habilidad de Mayer y Salovey se centra de forma exclusiva en el procesamiento
emocional de la información y en el estudio de las capacidades relacionadas con
dicho procesamiento. Desde esta teoría, la IE se define como la habilidad de
las personas para atender y percibir los sentimientos de forma apropiada y
precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos de manera adecuada y la
destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo o el de los demás.
Desde el modelo de habilidad, la IE implica cuatro
grandes componentes:
• Percepción y expresión emocional: reconocer de forma
consciente nuestras emociones e identificar qué sentimos y ser capaces de darle
una etiqueta verbal.
• Facilitación
emocional: capacidad para generar sentimientos que faciliten el pensamiento.
• Comprensión emocional: integrar lo que sentimos dentro
de nuestro pensamiento y saber considerar la complejidad de los cambios
emocionales.
• Regulación emocional: dirigir y manejar las emociones
tanto positivas como negativas de forma eficaz.
Estas habilidades están enlazadas de forma que para una
adecuada regulación emocional es necesaria una buena comprensión emocional y, a
su vez, para una comprensión eficaz requerimos de una apropiada percepción
emocional.
No obstante, lo
contrario no siempre es cierto. Personas con una gran capacidad de percepción
emocional carecen a veces de comprensión y regulación emocional. Esta habilidad
se puede utilizar sobre uno mismo (competencia personal o inteligencia
intrapersonal) o sobre los demás (competencia social o inteligencia
interpersonal).
En este sentido, la IE se diferencia de la inteligencia
social y de las habilidades sociales en que incluye emociones internas,
privadas, que son importantes para el crecimiento personal y el ajuste
emocional. Por otra parte, los aspectos personal e interpersonal también son
bastante independientes y no tienen que darse de forma concadenada. Tenemos
personas muy habilidosas en la comprensión y regulación de sus emociones y muy
equilibradas emocionalmente, pero con pocos recursos para conectar con los
demás.
Lo contrario también ocurre, pues hay personas con una
gran capacidad empática para comprender a los demás, pero que son muy torpes
para gestionar sus emociones. La inteligencia emocional, como habilidad, no se
puede entender tampoco como un rasgo de personalidad o parte del «carácter» de
una persona. Observemos a un individuo que tiene como característica de su
personalidad ser extravertido, ¿podremos pronosticar el grado de inteligencia
emocional personal o interpersonal que posee? Realmente, no podemos
pronosticarlo.
Otra cosa es que exista cierta interacción entre la IE y
la personalidad, al igual que existe con la inteligencia abstracta: ¿utilizará
y desarrollará igual una persona su inteligencia emocional con un CI alto o
bajo?
En este sentido, las personas con cierto tipo de
personalidad desarrollarán con más o menos facilidad, con mayor o menor
rapidez, sus habilidades emocionales. Al fin y al cabo, la persona no es la
suma de sus partes, sino una fusión que convive –milagrosamente– de forma
integrada. Vamos a desarrollar con brevedad estos cuatro componentes.
PERCEPCIÓN
Y EXPRESIÓN EMOCIONAL
Los sentimientos son un sistema de alarma que nos informa
sobre cómo nos encontramos, qué nos gusta o qué funciona mal a nuestro
alrededor con la finalidad de realizar cambios en nuestras vidas. Una buena
percepción implica saber leer nuestros sentimientos y emociones, etiquetarlos y
vivenciarlos. Con un buen dominio para reconocer cómo nos sentimos,
establecemos la base para posteriormente aprender a controlarnos, moderar
nuestras reacciones y no dejarnos arrastrar por impulsos o pasiones exaltadas.
Ahora bien, ser conscientes de las emociones implica ser hábil en múltiples
facetas tintadas afectivamente. Junto a la percepción de nuestros estados
afectivos, se suman las emociones evocadas por objetos cargados de
sentimientos, reconocer las emociones expresadas, tanto verbal como
gestualmente, en el rostro y cuerpo de las personas; incluso distinguir el
valor o contenido emocional de un evento o situación social.
Por último, la única forma de evaluar nuestro grado de
conciencia emocional está siempre unida a la capacidad para poder describirlos,
expresarlos con palabras y darle una etiqueta verbal correcta. No en vano, la
expresión emocional y la revelación del acontecimiento causante de nuestro
estrés psicológico se alzan en el eje central de cualquier terapia con
independencia de su corriente psicológica.
FACILITACIÓN
EMOCIONAL
La razón y la pasión parecen aspectos opuestos en nuestra
vida. Durante siglos, filósofos y científicos han puesto en duda su carácter
interactivo y de ayuda recíproca. Las emociones y los pensamientos se
encuentran fusionados sólidamente y, si sabemos utilizar las emociones al
servicio del pensamiento, nos ayudan a razonar de forma más inteligente y tomar
mejores decisiones. Tras una década de investigación, empezamos a descubrir que
dominar nuestras emociones y hacerlas partícipes de nuestros pensamientos favorece
una adaptación más apropiada al ambiente.
Por ejemplo, nuestras emociones se funden con nuestra
forma de pensar consiguiendo guiar la atención a los problemas realmente
importantes, nos facilita el recuerdo de eventos emotivos, permite una formación
de juicios acorde a cómo nos sentimos y, en función de nuestros sentimientos,
tomamos perspectivas diferentes ante un mismo problema.
Por otra parte, el «cómo nos sentimos» guiará nuestros
pensamientos posteriores, influirá en la creatividad en el trabajo, dirigirá
nuestra forma de razonar y afectará a nuestra capacidad diaria de deducción
lógica. En efecto, que nuestros alumnos estén felices o tristes, enfadados o
eufóricos o hagan o no un uso apropiado de su IE para regular y comprender sus
emociones puede, incluso, determinar el resultado final de sus notas escolares
y su posterior dedicación profesional.
COMPRENSIÓN
EMOCIONAL
Para comprender los sentimientos de los demás debemos
empezar por aprender a comprendernos a nosotros mismos, cuáles son nuestras
necesidades y deseos, qué cosas, personas o situaciones nos causan determinados
sentimientos, qué pensamientos generan tales emociones, cómo nos afectan y qué
consecuencias y reacciones nos provocan. Si reconocemos e identificamos
nuestros propios sentimientos, más facilidades tendremos para conectar con los
del prójimo.
Empatizar consiste «simplemente» en situarnos en el lugar
del otro y ser consciente de sus sentimientos, sus causas y sus implicaciones
personales. Ahora bien, en el caso de que la persona nunca haya sentido el
sentimiento expresado por el amigo, le resultará difícil tratar de comprender
por lo que está pasando. Aquél que nunca ha vivido una ruptura de pareja, en
ningún momento fue alabado y reforzado por sus padres por un trabajo bien hecho
o jamás ha sufrido la pérdida de un ser querido realizará un mayor esfuerzo
mental y emocional de la situación, aun a riesgo de no llegar a entenderlo
finalmente, para imaginarse el estado afectivo de la otra persona.
Junto a la existencia de otros factores personales y
ambientales, el nivel de IE de una persona está relacionado con las
experiencias emocionales que nos ocurren a lo largo del ciclo vital.
Desarrollar una plena destreza empática en los niños implica también enseñarles
que no todos sentimos lo mismo en situaciones semejantes y ante las mismas
personas, que la individualidad orienta nuestras vidas y que cada persona
siente distintas necesidades, miedos, deseos y odios.
REGULACIÓN
EMOCIONAL
Una de las habilidades más complicadas de desplegar y
dominar con maestría es la regulación de nuestros estados emocionales. Consiste
en la habilidad para moderar o manejar nuestra propia reacción emocional ante
situaciones intensas, ya sean positivas o negativas. La regulación emocional se
ha considerado como la capacidad para evitar respuestas emocionales
descontroladas en situaciones de ira, provocación o miedo.
Tal definición es comúnmente considerada correcta, pero
resulta incompleta. Las investigaciones están ampliando el campo de la
autoregulación a las emociones positivas. Una línea divisoria invisible y muy
frágil demarca los límites entre sentir una emoción y dejarse llevar por ella.
Es decir, regular las emociones implica algo más que simplemente alcanzar
satisfacción con los sentimientos positivos y tratar de evitar y/o esconder
nuestros afectos más nocivos. La regulación supone un paso más allá, consiste
en percibir, sentir y vivenciar nuestro estado afectivo, sin ser abrumado o
avasallado por él, de forma que no llegue a nublar nuestra forma de razonar.
Posteriormente, debemos decidir de manera prudente y
consciente, cómo queremos hacer uso de tal información, de acuerdo a nuestras
normas sociales y culturales, para alcanzar un pensamiento claro y eficaz y no
basado en el arrebato y la irracionalidad. Un experto emocional elige bien los
pensamientos a los que va a prestar atención con objeto de no dejarse llevar
por su primer impulso e, incluso, aprende a generar pensamientos alternativos
adaptativos para controlar posibles alteraciones emocionales.
Del mismo modo, una regulación efectiva contempla la
capacidad para tolerar la frustración y sentirse tranquilo y relajado ante
metas que se plantean como muy lejanas o inalcanzables. Tampoco se puede pasar
por alto la importancia de la destreza regulativa a la hora de poner en
práctica nuestra capacidad para automotivarnos. En este sentido, el proceso
autoregulativo forma parte de la habilidad inherente para valorar nuestras
prioridades, dirigir nuestra energía hacia la consecución de un objetivo,
afrontando positivamente los obstáculos encontrados en el camino, a través de
un estado de búsqueda, constancia y entusiasmo hacia nuestras metas.
CONCLUSIÓN
El propósito de este artículo ha sido sensibilizar a los
educadores sobre la importancia de la educación explícita de las emociones y de
los beneficios personales y sociales que conlleva. Hasta hace relativamente
poco tiempo cuando se revisaba la bibliografía sobre cómo deben educar los
profesores, se enfatizaba el aprendizaje y la enseñanza de modelos de conductas
correctas y pautas de acción deseables en una relación. Escasa mención se daba
a los sentimientos y emociones generadas por uno y otro.
Es decir, la tendencia arraigada era la de manejar y,
hasta cierto punto controlar, el comportamiento de nuestros alumnos sin atender
a las emociones subyacentes a tales conductas. Nuestra postura en consonancia
con la del modelo de inteligencia emocional de Mayer y Salovey de habilidad es
algo distinta. Debemos comprender y crear en nuestros adolescentes una forma
inteligente de sentir, sin olvidar cultivar los sentimientos de padres y
educadores y, tras ello, el comportamiento y las relaciones familiares y
escolares irán tornándose más equilibradas.
Por otra parte, la enseñanza de emociones inteligentes
depende de la práctica, el entrenamiento y su perfeccionamiento y, no tanto, de
la instrucción verbal. Ante una reacción emocional desadaptativa de poco sirve
el sermón o la amenaza verbal de «no lo vuelvas a hacer». Lo esencial es
ejercitar y practicar las capacidades emocionales desglosadas en el artículo y
convertirlas en una parte más del repertorio emocional del niño.
De esta forma, técnicas como el modelado y el
role-playing emocional se convierten en herramientas básicas de aprendizaje a
través de las cuales los educadores, en cuanto «expertos emocionales»,
materializan su influencia educativa, marcan las relaciones socioafectivas y
encauzan el desarrollo emocional de sus alumnos. Acorde con lo expuesto, la
escuela tendrá en el siglo XXI la responsabilidad de educar las emociones de
nuestros hijos tanto o más que la propia familia.
La inteligencia emocional no es sólo una cualidad
individual. Las organizaciones y los grupos poseen su propio clima emocional,
determinado en gran parte por la habilidad en IE de sus líderes. En el contexto
escolar, los educadores son los principales líderes emocionales de sus alumnos.
La capacidad del profesor para captar, comprender y regular las emociones de
sus alumnos es el mejor índice del equilibrio emocional de su clase. En este
momento de fuerte debate sobre los cambios educativos, sería una buena ocasión
para reflexionar sobre la inclusión de las habilidades emocionales de forma
explícita en el sistema escolar. Porque el profesor ideal para este nuevo siglo
tendrá que ser capaz de enseñar la aritmética del corazón y la gramática de las
relaciones sociales. Si la escuela y la administración asumen este reto, dotando
de la formación pertinente a los educadores, hará que la convivencia en este
milenio sea más fácil para todos y que nuestro corazón no sufra más de lo
necesario.
Para
aquellos lectores interesados en profundizar en el campo de la inteligencia
emocional, su educación y desarrollo. Bibliografía en español:
- ELIAS, M.; TOBIAS, S., y FRIEDLANDER, B. (1999): Educar
con inteligencia emocional. Barcelona, Plaza y Janés.
- FERNÁNDEZ-BERROCAL, P.; SALOVEY, P.; VERA, A.; RAMOS,
N., y EXTREMERA, N. (2001): «Cultura, inteligencia emocional percibida y ajuste
emocional: un estudio preliminar», en: Revista Electrónica de Motivación y
Emoción, 4.
- FERNÁNDEZ-BERROCAL, P., y RAMOS, N. (2002). Corazones
Inteligentes. Barcelona, Kairós. - GARDNER, H. (2001): La inteligencia
reformulada. Barcelona, Paidós.
- GOLEMAN, D. (1996): Inteligencia emocional. Barcelona,
Kairós.
- GOTTMAN, J., y DECLAIRE, J. (1997): Los mejores padres.
Madrid, Javier Vergara. - GÜELL, M., y MUÑOZ, J. (1999): Desonócete a ti mismo.
Programa de alfabetización emocional. Barcelona, Paidos.
- SHAPIRO, L. E. (1997): La inteligencia emocional en
niños. Madrid, Javier Vergara. - STERNBERG, R. (1997): La inteligencia exitosa.
Barcelona, Paidós.
- VALLÉS, A., y VALLÉS, C. (2000): Inteligencia
emocional: Aplicaciones educativas. Madrid,
Editorial EOS.
Bibliografía en
inglés:
- BAR-ON, R., y
PARKER, J. (2001): The Handbook of Emotional Intelligence. Theory,
developmental, and application at home, school, and in the workplace. San
Francisco, Jossey-Bass.
- CIARROCHI,
J.; FORGAS, J., y MAYER, J. (2001): Emotional Intelligence in Everyday Life: A
Scientific Inquiry. Nueva York, Psychology Press.
- SALOVEY, P.,
y SLUYTER, D. (1997): Emotional Development and Emotional Intelligence:
Implications for Educators. Nueva York, Basic Books.
Ana Patricia Gutiérrez
Profesora de Educación Artística
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